Desde sus inicios, Estados Unidos ha luchado por estar a la altura del noble ideal de la igualdad de oportunidades para todos. Hemos progresado en muchos campos, pero nuestros hijos siguen creciendo en circunstancias demasiado dispares dependiendo de su etnia, ingresos familiares y código postal.

La brecha entre ricos y pobres ha aumentado desde inicios de los ochenta: las familias más pudientes gastan más y más en experiencias educativas, como actividades extraescolares, tutorías privadas, clases de música o estudios en el extranjero; mientras tanto, las familias con menos recursos tienen crecientes dificultades con los costos de vivienda, comida y otros productos básicos.

Con uno de cada seis, el índice de pobreza infantil en EE. UU. es mayor que la mayoría de países desarrollados, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Los índices varían considerablemente dependiendo de la etnia, con los hijos de afroamericanos, latinX o nativos americanos alcanzando unos niveles de pobreza dos o tres veces mayores que los de hijos de blancos o asiáticos, según el último estudio de KIDS COUNT Data Book de la Annie E. Casey Foundation.

Desafortunadamente, nuestro sistema de educación suele aumentar estas desigualdades, hurtándole a los niños pobres y a los de color los recursos que verdaderamente marcarían la diferencia. En muchos rincones del país, gastamos menos por estudiante justamente en las escuelas con mayor concentración de niños de familias con pocos recursos o de color. Además, solemos asignar a estos estudiantes los maestros menos experimentados y formados. Sin importar los logros anteriores, la probabilidad de que estén inscritos en los cursos más rigurosos de secundaria es inferior. Y cuando los estudiantes de color se comportan mal en la escuela, los castigos suelen ser peores que los que reciben los estudiantes blancos por infracciones idénticas. Muchos responden dejando la escuela por entero; otros siguen yendo, pero gradualmente pierden interés.

No hay duda de que el talento y la inteligencia tienen una distribución equitativa. Pero si agregamos las injusticias y desigualdades dentro y fuera de la escuela, no es una sorpresa que los resultados finales difieran tanto entre los distintos grupos de estudiantes. En la Evaluación Nacional del Progreso Educativo, por ejemplo, casi la mitad de los estudiantes de último año negros y más de un tercio de los nativos americanos y latinX ni siquiera tienen un buen nivel de lectura, comparado con solo un 20% de estudiantes blancos. Tenemos que mejorar. En todo el país, las escuelas que están haciendo frente a este problema de cara nos muestran que de verdad se puede.